¡Que ARDA el fuego!

… era el grito de guerra de los participantes…

Se agrupaban en la puerta para entrar a la planta principal de ese edificio lúgubre, sombrío y lleno de humedad. La música atraía a la gente a aquel lugar. Llegaban por grupos e iban colocándose alrededor de una espacio asimétrico que estaba delimitado para las batallas. Cada grupo un turno, cada turno con un novato elegido al azar de entre el público. A este lo elegía un miembro del equipo que les precede en la competición. Supieran o no bailar, tenían que integrarlo en su única oportunidad para optar al premio de improvisacion itinerante.

Nunca se había visto nada igual en la zona, y nunca volvería a verse tal resplandor iluminando el cielo.

No entré sola, estaba acompañada por un caballero alto, moreno y de espaldas anchas que era casi dos veces yo. Frente a mi, entre la gente, pude ver a dos amigos a los que sólo sonreí porque, por motivos que desconozco, no debía gritar ni hacer mucho ruido. Es ahora cuando empiezo a pensar que yo era quien seguía a ese señor que describí que me acompañaba en todo momento. Fue así como pude ayudarlos a salir. De espaldas a mi, mientras seguíamos avanzado, observé a dos hermanas caminando entre la gente, unas niñas que tenían una luz diferente al resto del recinto. Ellas también salieron vivas de allí.

Una explosión hace que todo se pare. Gritos, gente asustada corriendo de un lado para otro, apagones intermitentes de esos enormes focos que nos permitian disfrutar del espectaculo, fuegos… en un instante todo se convierte en un caos incontrolable.

¿Un loco anadaba suelto?

Nos separamos por grupos de forma isntintiva sin saber por donde continuar para salir de aquel lugar. Acabamos en unos pasillos enormes donde había mesas, sillas y unos paneles de contrachapado con rudines que permitian cambiarlos de lugar con facilidad. Parecía que aquel lugar, en algún momento había sido una especie de escuela, o algo similar. Se oían gritos y llantos desgarradores, que hacían que todos nos pusieramos aún más nerviosos de lo que estábamos.

Sí, él, él era el que venía a por nosotros, uno por uno se los iba llevando y nunca regresaban. No sabíamos que pasaba con ellos, pero ninguno queríamos ser atrapados. Unos cuantos de nuestro grupo, envalentoncados, decidieron ir a buscarlo para acabar con él.

Nunca regresaron.

Solo nos quedaba una opción, huir.

Cogí un mechero y empecé a quemar esos papeles que aún estaban pegados en los paneles. Colocamos mesas y sillas en una esquina, amontonadas a modo de barrera en el lugar por el que siempre aparecía este individuo, y también les prendimos fuego.

El fuego empezó a expandirse rápidamente, así que tomamos el camino contrario llegando a esas escaleras.

Todos corrían pues querían salvarse.

Mientras bajábamos, nos tropezamos con otro grupo que había conseguido huir en otra de las plantas. De entre ellos, una voz nos advierte que en las plantas bajas la cosa está mucho peor, así que la única salida era subir y esperar a que nos fueran a recoger en la azotea.

Y eso fue lo que hicimos, esperar mientras el edificio entero ardía iluminando toda la ciudad en una noche sin luna.

No era sólo un loco, era algo más que eso, pero eso no lo supimos hasta ese momento.

Ese día, muchas personas desaparecieron, y no precisamente por el fuego. Solo unos pocos nos salvamos.

¡Nunca se supo quién o quienes eran!

¡Nunca se encontraron sus cuerpos!

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