Avanzabas lentamente por ese largo pasillo directo hacia mi sin darte cuenta de que estaba justo delante tuyo, sonriendo y observándote mientras aflojabas el nudo de tu corbata tras un largo dia de trabajo.
Siguiendo cada uno de tus pasos mientras revisabas que todo está en orden, mis ojos no podían desviarse hacia otro lado, se mantenían enfocados en ti, disfrutando de cada gesto y esperando ese momento en el que levantases la cabeza y me vieras allí, en la oscuridad.
Esas pequeñas lucecitas resaltaban el blanco impoluto de tu camisa entreabierta. Te aseguro que te la habría arrancado aunque tuviera después que coser todos y cada uno de los botones, pero en lugar de eso te pedí permiso para subir a bordo.
Tendiste tu mano para ayudarme a subir. Fue la escusa perfecta para agarrarme fuertemente y darme un abrazo que extremeció mi cuerpo de tal forma, que casi me rompió el alma. Tus ojos, tus labios, tú. Allí, sólos tú y yo, y un deseo contenido que nos gritamos en el silencio de la noche con un dulce susurro.
Perdimos la noción del tiempo y el espacio sin prestar atención a todo aquello que nos rodeaba, y sin saber como, esa corbata acabó en mis manos.
Nunca olvidaré que te salio mal el nudo de la corbata, pues pude escaparme fácilmente de ella, y aunque no te lo dije, jamás pude ni quise escaparme de ti.
Siempre estaré allí, en la oscuridad de la noche, observándote, esperándote.