¡Descolocada, alerta e intrigada estaba tras tanto misterio!
Allí estaba yo, sin armadura ante ti, sin armas para defenderme y sin ganas de hacerlo. Deseándote, disfrutando de ti y entregándome al momento, sin más, sin menos.
Allí estabas tú, atento a cada gesto, a cada palabra, y quitando importancia a cosas absurdas e irrelevantes para ambos, alimentas ese deseo de enredarme en ti, contigo.
Mi sorpresa fue descubrirte, y entenderte simplemente leyendo entre palabras. Con cautela accedí a ti a través de tu mirada tras compartir y descifrar sonrisas y caricias. Allí deseé encontrarte, tras esa imagen de niño ruin que nunca ha roto un plato, de caballero ardiente y entregado pero sin espada, de ángel enamorado del amor romántico que ha sido desalmado y desarmado por el tiempo, por la espera, por la vida.
Allí estábamos, allí donde aún no siendo imposible, resulta complicado sortear tus besos. Besos con sabor a coco recién cortado, con sabor a quiero repetir contigo, a quiero ser para ti ¡aquí y ahora! Allí te encontré, y allí me encontré apostando por todo, sin nada que perder.
Tus ojos me atrapan, tus manos desatadas estremecen mi cuerpo y tu intensidad desata mi lujuria. Me matas, me atas y me desatas arrastrando a mi alma a enredarse en ti, contigo, allí.
Allí es donde quise aprender a acceder a ti, acceder a esa puerta que abre paso a tu interior. Allí quise encontrar la llave La llave y la clave que desvela tus secretos, consiguiendo acceso directo a tus pensamientos más ocultos. Tenía que adentrarme para entender y participar en esos deseos oscuros escondidos en tu mente loca. Esos que solo son inconfesables cuando no tienes cerca oídos preparados para escucharlos, para entenderlos, para quererlos, compartirlos y disfrutarlos.
Ahora solo tengo ansias de ti, de tu mente curiosa, de tus besos, de tus labios en mi. Ansias de besarte, de tu cuerpo desnudo, de tus manos en mi y de mi en ti.