¡La niña de los OJOS VERDES!

Corría de un lado para otro, ocultándose bajo una capa de harapos que no dejaban ver más allá de sus ojos, escondiéndose continuamente por miedo, y sintiéndose segura sólo en su habitación. Un cuarto en penumbras, con paredes de adobe, descuidadas, llenas de grietas y con una única ventana. Ese era su lugar preferido de la casa, el lugar donde podía jugar sin que la interrumpieran, el único lugar donde era feliz. Allí, sentada sobre su único recuerdo bonito, una alfombra circular de caña hecha y teñida a mano por su madre.

Creció allí, rodeada de injusticia y egoísmo extremo. Siempre tenía sed, pues no tenía acceso al agua si no era por medio de una petición desesperada a aquel que la recogió de la calle. De pequeña robaba para comer y para saciar su sed día tras día, a hurtadillas, para que no la escucharan ni salir ni entrar en casa de nuevo. Robaba para ellos.

Creció allí, rodeada de injusticia y egoísmo extremo. Creció junto a otros niños que iban llegando,niños pequeños, niños a los que trataban igual o peor que a ella. Ya no sólo luchaba por sobrevivir, sino también por hacer que ellos lo pasaran lo mejor posible, siempre pensando que así los iba a salvar. Era irónica y sarcástica con aquellos que les hacían daño, y siempre encontraba el punto en el que las consecuencias se convertirían en las peores para ella, pero se quedaba tranquila porque sabía que así, dejarían tranquilos a los pequeños. 

Creció allí, rodeada de injusticia y egoísmo extremo. Creció allí, colgada día tras día, llorando noche tras noche.

Atada de pies y manos, colgada boca abajo y con los brazos en cruz, se divertían usándola como diana, lanzándole palos y piedras que ahí quedaban. Palos y piedras con los que después jugaba. ¿A ver como te escapas ahora? le repetía una y otra vez, pregunta a la que ella contestaba: ¡por más que me amarres, jamás conseguirás retenerme aquí! y se reía cada vez más y más y no podía parar, como si fuera consciente de que algo más iba a pasar. Él no podía sino mandarla a callar, y ni metiéndole un trapo en la boca, lo conseguía ya.

Ellos estaban allí, en ese mismo lugar, en un rincón, escondidos sin quererla mirar. Sólo él, su pequeño, su niño era el que no podía apartar su mirada, absorto, sin entender el porqué de lo que pasaba.

Creció allí, rodeada de injusticia y egoísmo extremo, colgada, y atada de pies y manos mientras su mirada triste los abrazaba. Nunca quiso dejarlos atrás, y eso le hacía aguantar golpe tras golpe, grito tras grito, y risa tras risa para poder camuflar ese dolor. Risa irónica, risa exhausta, risa con la que lo retaba a más. Era valiente, no tenía miedo, pero si temía por ellos, por su destino, por no poderlos cuidar ya. 

Estaban allí, en ese mismo lugar, en un rincón, escondidos sin quererla mirar, oyéndola respirar, sin quererse marchar.

Nunco pudo soportar el no poder con su voluntad, y la azotaba fuertemente, le hacía cortes por todo el cuerpo para que se callara, hasta que al final, le cortó la lengua, y, mientras la sangre brotaba de su boca, y se ahogaba en su propia vida, le rebanó el cuello poniendo fin a su lucha.

Murió allí, rodeada de injusticia y egoísmo extremo, colgada, desangrada, pero tranquila por saber que los niños, se habían escapado por la esa ventana, mientras él la mataba. Tranquila quedó tras su muerte, pues valió para darles la vida.

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