¡ATRÉVETE!

¡Que los rayos revienten tus miedos e iluminen el silencio!

Rítmico y ensordecedor era el ruido del granizo que caía aquella noche. Fue tal la tormenta, que nuestra cita se vio truncada por un clima impredecible y cruelmente inoportuno. El destino se estaba quedando conmigo. Esa era la primera vez que conseguía un sí de sus labios, de esos labios rojos que me pondría cada día para no dejar de sonreír a la lluvia cuando por fin estuvieras junto a mi y me besaras.

Me esperaba bajo su paraguas rojo destrozado y calada hasta los huesos. El frío hacía temblar sus piernas, y por más que intentaba disimularlo, no podía controlar sus rodillas. Se subió al coche, sus mejillas comenzaron a sonrrojarse, y aunque lo único que deseaba era estar a su lado, la acerqué a su casa para que se cambiara.

Lo que menos me esperaba es que empezara a quitarse la ropa sin bajarse del coche, sin parar la marcha. Allí mismo, al quedarnos parados en su porche, se me sentó encima buscando calor, y aunque al tocarla, su piel estaba seca, no dejaba de tiritar. La rodeé con mis brazos, no quería soltarla, no queria despegarme de ella, no quería dejar de sentirla contra mi pecho.

El tiempo se paró mientras el interior del coche se nos hacía pequeño, se empañaron los cristales, el frío se disipó. Ya sólo cabían sus besos, mis manos, mi sed insaciable y su pasión…

¡Atrévete, no sabes que puede suceder!

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