Apareció ante mí, como quien surge del fondo de las aguas, mirándome con sus ojos ensangrentados y dejándome inmersa en las sombras, y con el silencio de su voz semidormida, dejándome en la hipnopia.
Lo contemplé y se vació mi mente. Fui silueta de sal en roca, miedosa, nerviosa por si me delataba el temblor de mi voz, mi expresión, de mi mirada, …
Y me negué a pensar…
Pasan los días, sin poder pensarte desasida de mí; te me has ceñido como una nueva piel.
¡No puedo añorarte! Añoranza es quererte sin besarte, verte donde no estás, es el gemido que no sale de tu boca, pero llega a mi oído, saberte en lejanía y esperarte.
Por eso no te añoro ¡estás conmigo! aunque no te vea, ¡te veo! ¡te tengo! y recibirás igual entrega que obtendrías de mí si en carne y hueso; la misma mirada de admiración, idéntica caricia, el mismo beso, el mismo deseo.
¡Te deseo ¡ Sigue viva esta lealtad ciega, que nada ni nadie niega.